No hay duda que el confinamiento al que las familias han estado expuestas durante los meses que ha durado esta pandemia, representa un factor de riesgo para el desarrollo de trastornos mentales.

Quienes están expuestos a un riesgo mayor son sin duda las personas que iniciaron el confinamiento con un trastorno mental. Aunque en la mayoría de los países han operado relativamente bien los servicios de atención psicológica por teléfono, este recurso es insuficiente para los pacientes que padecen un trastorno mental grave. A muchos de ellos el contexto les ha impedido asistir a sus citas con el psiquiatra o adquirir el tratamiento farmacológico.

Es bien sabido que en casos de esquizofrenia, trastorno bipolar, depresión crónica -por solo mencionar algunas condiciones psiquiátricas- la falta de apego al tratamiento representa el principal factor de riesgo para recaídas. Los expertos en el tema consideran incluso que la taza de suicidio puede dispararse alcanzando cifras record no vistas en décadas.

Conforme la curva de contagios comience a disminuir y el miedo al contagio se aminore, comenzará a surgir la conciencia de una nueva realidad, quizá devastadora. Los problemas económicos, sociales y familiares disparados por la inmovilización, tendrán un impacto negativo en la salud mental de la población. Existe el riesgo de que los servicios de salud mental se vean saturados hasta el colapso. La presencia de ideación suicida así como de síntomas psicóticos serán escenarios frecuentes en los servicios de urgencias psiquiátricas. ¿Cómo podemos evitar esto?

Las instituciones de salud mental deben hacer un rastreo de los pacientes que tienen registrados en sus bases de datos. Se debe dar un seguimiento telefónico y monitorizar el apego al tratamiento. También se deben identificar los factores de riesgo relacionados con posibles recaídas buscando “aplanar” la curva de trastornos mentales.

La amenaza no es solo por un agente infeccioso. La salud mental de millones de personas estará puesta en jaque.